que estoy disfrutando mis últimos instantes plantada ahí,
que sigo con la mandíbula erguida,
que sería capaz de sacarme un conejito de la garganta,
que la lluvia me moja igual de bonito que siempre,
que la música me llena de gracia,
que tengo de refugio un pote de témpera,
que tengo tal receptividad que podría abrazar una nube
(pero de esas que son finiiiiiitas y largas),
que exploto de ganas,
que caminar y tomar café me sigue haciendo sonreír,
que soy reflexiva, consciente, inteligente,
que mi gata no me confundió con una mariposa
y mis alas siguen naranjas y gorditas.
Hagamos de cuenta, al fin y al cabo, que no extraño tu cúbito y tu radio alrededor de mi clavícula y mi escápula, tus ojos de huevito de codorniz, acariciar despacito todo lo que pueda, sentarme en un banco de plaza y mirarte, mirarte, mirarte, sonreirme, volver a mirarte, y besarte. Hagamos de cuenta que no te quiero cuidar, que no te quiero ver, que no te quiero respirar.
Hagamos de cuenta que no te extraño, que no te quiero un montonaaaaaazo.